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Este fic utiliza a los personajes de Hetalia, creados por Hidekaz Himaruya, por tanto no son míos. Los nombres de algunos de ellos me los inventé porque el creador no les ha dado un nombre concreto, así que si los veo en otro lado, si reclamaré. El universo en que se desarrolla es el Gakuen Hetalia, todos como humanos, totalmente ajeno el argumento a los otros fics que estoy escribiendo. Ambientado en Berna, Suiza y no gano dinero por escribir.
Sólo dejo fluir mi imaginación.
Precuela de "Meine Heimliche Liebe". Fic de un sólo capítulo.
Tengo varios seudónimos en la red y el utilizado para este fic es el que creé para la comunidad hetaliana: AliceIggyKirkland.
En Fanfiction, este fic ya está bastante avanzado y fue dedicado a una lectora: Yue-black-in-the-Ai
Y sin más preámbulos:
TITULO: Mein kleiner Schatz
Kapitel 2 - Freundschaft verdorrt
[Sonido de alarma]
Amanece en la casa Zwingli el seis de agosto. Una fecha clave en el año que sólo Vash tiene muy presente. Su hermanita, Erika, ignora la importancia de la fecha.
Lo único que ella sabe es que está enamorada de la persona que tiene un nexo directo con la fecha en la que su hermano actúa tan raro.
Sin embargo, el no sabe de su enamoramiento y ella, para compensarlo, no pregunta por ese particular.
/El día anterior - cinco de agosto/
Son las veinte y tres horas y media. Vash camina por los pasillos de la primera planta de su casa hasta el despacho de su padre. Es un lugar cómodo para conversar con privacidad.
Una vez que asegura la puerta, se dirige al balcón donde una sombra está esperándolo, con cigarrillo en mano.
- Ya era hora, Zwingli.
- Ni siquiera porque te permito irrumpir así en mi casa, dejas de tratarme tan distante, Gilbert.
- Vash... - Voltea a verlo. - Sabes que no lo supero.
- Ni yo. Pero he seguido con mi vida y sabes que él estaba consciente de que la suya iba a ser corta.
- Odio que sepas todo.
- También yo.
Deciden pasar al interior de la habitación, sin ir muy lejos del balcón. Ese niño había sido muy importante en la vida de Gilbert porque fue gracias a él que empezó a tener amigos. Y para Vash, relacionarse con su primo con tanta naturalidad, pese al pasado de su familia, resultaba invaluable. Aquel niño era su modelo a seguir. Pero había una persona a quien a ausencia del fallecido le pesaba más.
- ¿Quieres que sea yo quien lo llame? - Se ofrece el rubio.
Feliciano Vargas formaba parte de las estadísticas de acoso escolar desde la primaria. No tenía más amigos, en aquel tiempo, que su hermano mellizo y...
- No. Dame ese aparato.
Un tono... Dos tonos... Al tercero:
- ¡¿Quién, putas, llama a esta hora de la noche?! - Gilbert separa un poco el móvil.
- No soy muy afortunado... Te lo dejo... - Vash niega varias veces antes de tomar el aparato.
- Buenas noches, Lovino.
- ¡Vash! - La fama malhumorada adquirida por el más bajito amedrentó al italiano. - ¡Lo siento, lo siento! Tengo familia en Berna...
- ¡Tonto! ¿Y dónde diablos crees que vives?
- Bueno, bueno, bastardo ¿qué quieres?
- Espera, te paso a Gilbert. - El chico del rulo sabía que sólo había una razón para que el pistolero y el albino estuvieran en la misma habitación.
Se cumpliría un año más del fallecimiento del mejor amigo de Feliciano: Zelig Beilschmidt.
- Gilbert ¿quieres que lleve a Feliciano? - Para el chico no era nuevo que Lovino fuera amable sólo en esas circunstancias.
- Ja, bitte. Podría decírselo personalmente, pero, Feli no reacciona nada bien cuando hablamos de él. ¡Y pega muy fuerte!...
/Diez años atrás/
El evento deportivo había comenzado. Ni Vash ni los tres Beilschmidt habían aparecido en la escuela. Los profesores ya estaban enterados de la desgracia. Y había un niñito con el cabello castaño cobrizo que esperaba en la entrada principal de la escuela, ignorante de todo lo sucedido.
- ¿Por qué no llegan mis amigos? - Sostenía fuertemente su pelota de fútbol. - ¿Se olvidaron de mí?
- Joven Vargas, entre. - Su profesora lo había ido a buscar.
Feliciano obedeció, mirando con tristeza el suelo. Se sentía abandonado y no quería, pero, empezó a odiar a los chiquillos que estuvo esperando.
Se realizaron las actividades programadas con normalidad, pero, hasta su mellizo notaba que los profesores del curso de su amigo no estaban ni un poco entusiasmados.
Lo más raro fue que mandaron a llamar a los padres de familia, de último minuto.
- Buenas tardes, señores padres de familia. - El director estaba hablando.
- Por aquí, tonto. - Lovino había logrado encontrar un modo de entrar al salón, sin ser vistos.
- Tenemos un anuncio muy penoso para todos ustedes. - Los mellizos ya estaban acomodados en la parte trasera del salón, escondidos en unos gabinetes. En eso, el profesor de Gramática, el Sr. Bonnefoy, con su hijo, Francis, hecho un mar de lágrimas, toma la palabra.
- Señores, hoy, ha fallecido uno de los compañeros de clase de sus hijos: Zelig Beilschmidt.
Lovino estaba boquiabierto, pero lo que más lo traumatizó fue la expresión de su mellizo. Feliciano lloraba, en silencio, con la mirada perdida. En unos segundos un escándalo inició en aquel salón.
- ¡NO ES CIERTO! - Feliciano salió del escondite, sorprendiendo a los asistentes. - ¡MIENTES, FRANCHUTE DE MIERDA! ¡EL NO ESTA MUERTO! ¡NO LE DIO LA PUTA GANA DE VENIR! ¡NO SE HA MUERTO UN CARAJO! - Para ese momento, Lovino intentó, inútilmente, detener el ataque de ira del otro.
- ¡FELICIANO VARGAS! - el director estaba atónito.
- ¡NO TE METAS, ANCIANO! - Los rostros de todos eran épicos. - ¡¿COMO TE ATREVES A DECIR QUE ESTA MUERTO?! - Se dirigía al infortunado profesor.
- ¡PORQUE YO VI COMO GILBERT Y VASH LLORABAN AFUERA DE LA CASA! - Gritó el pequeño Francis. - Vi como la señora Beilschmidt se desmayó cuando se fue la ambulancia. ¡Egoísta! ¡Malcriado! ¡MAL AMIGO! - Ante lo último, el chiquillo salió corriendo.
Entre tanto, en la iglesia, el padre Gabriele adecuaba el altar para albergar el féretro de su monaguillo favorito.
El joven padre sentía profundamente la muerte de aquel chico y estaba preocupado de sus otros dos ayudantes.
- Señor, recibe a Zelig en tu Reino. El sufrió bastante y dale fuerzas a su familia.
- Gracias, padre. - El clérigo se asustó al notar a Gilbert allí.
- Lo siento muchísimo, Gilbert. - Lo abrazó. - ¿Qué sientes en este momento?
- Nada. - El padre guió al niño a una de las bancas. - De cierto modo, sabíamos que no duraría. - El padre veía compasivo al chico. - Es decir, como si no pasara esto todos los días... Unos lo logran, otros no, como mi hermano. Le tocó ser de los que no aguantan el cáncer. ¿Qué vamos a hacerle?
- Gilbert: llorar por un ser querido si es de hombres. - Ante eso, el niño se le abalanzó, llorando desconsolado.
En eso, los padres, el abuelo y el hermanito menor del albino se acercaron a aquella escena.
- ¡Gilbert! - Ferdinand lo agarró de los hombros. - Tu padre y yo necesitamos hablar con Gabriele. Ayuda a tu madre con Lutz. Ahora, eres el mayor. - Aquellas palabras fueron bastante agridulces tanto para el anciano como para el chiquillo.
- Ja. - Y fue al encuentro con su madre y hermanito.
De lejos, veía atento Vash y sus padres. Su mamá estaba devastada por no lograr que el nieto mayor de su padre sobreviviera. En efecto, la Dra. Adelheid Zwingli era hija de Ferdinand. Era doloroso ver a la familia fragmentada de ese modo.
Luego llegó el resto de la familia paterna. Era un momento muy asfixiante para conocerlos, pero, necesario.
Cuando terminó la plática con el clérigo, llegó Feliciano corriendo hasta la banca donde estaba Gilbert, lo arrancó de los brazos de su madre y lo golpeó.
- ¡TU! NO DIJISTE NADA. ¡¿POR QUE DEJASTE QUE LO PROMETIERA?! ¡¿Por qué no dijiste que iba a morir?!
- ¡¿POR QUE ME GOLPEAS?! ¿Estas loco? ¡ES UNA IGLESIA! - Gritaba impactado de la fuerza sacada por el otro.
- ¡CALLATE! ¡TE ODIO Y LO ODIO A EL! ¡No cumplió su promesa! - Se derrumbó frente a él. - Haz que se levante y se disculpe... ¡Wa!...
Tímidamente y tratando de no quebrarse, Vash se acercó despacio a Feliciano y lo abrazó por la espalda. En eso, un niño de cabello castaño llamado Roderich sacó de sus bolsillos un pañuelo y atendió al italiano en lo que el rubio lo suelta y hace lo propio por Gilbert.
Los adultos sabían que los niños necesitaban demostrar lo que ellos, se suponía, no podían. En eso, la mujer que perdió a su primogénito, empezó a berrear con fuerza, abrazando desesperada a Adelheid y otra persona recibía en su hombro las lágrimas silenciosas del padre abatido.
El más pequeño de aquella desgarradora memoria, Ludwig, se acercó solemne al ataúd, usando el banquillo dispuesto para rezar por el alma del difunto y observó detenidamente el gélido semblante de Zelig.
- Hermano ¿por qué estás en esa caja? - Hablaba sólo para él. - Cuando te levantes, sécale la cara a hermano Gilbert, está muy malito. Y Feli se portó mal... Le pegó a Gilbo. ¿Le dices que se porte bien? Mi mami está triste.
Mientras se calmaban los ánimos, Ludwig volvió a su puesto y esperó paciente a que Zelig saliera de la caja.
/Seis de agosto, tres de la tarde. Cementerio General/
- Era tan torpe... Creía que saldrías del ataúd. - Ludwig arrancaba la mala hierba de la fosa donde yacía Zelig.
- Hijo, no estabas consciente de lo que pasaba. - Ella lo ayudaba con aquel quehacer.
- Por cierto, en media hora llega padre. Está dejando su equipaje en casa.
- Lo sé, Lutz, lo sé. - Oyen unas pisadas apresuradas.
- Ya arreglé el puesto del abuelo. - Ferdinand había muerto tres años después.
- ¿Y cómo estaba? - La señora tomaba su pañuelo para limpiar a su hijo mayor.
- Parece que la "gritona" o la madre del "pistolitas" vinieron hace un tiempo. - La mujer ríe.
- Es posible...
A lo lejos, van llegando Vash y Roderich, quien ahora lleva lentes y un mechón levantado elegantemente entre sus cabellos pulcros.
- Señorito, "pistolitas"...
- ¡Indecente! - Pasa a saludar amablemente a su tía y a Ludwig.
- ¡Idiota! - Hace lo mismo, acercándose a la lápida. - Hola, Zelig. Te fuiste y no le enseñaste modales a este estúpido.
- Esas no son maneras de expresarse. - Criticó Roderich. - Lo bueno de todo esto es que la única vez en el año que pareces una persona decente, es esta. - Miró de reojo al albino. El otro bufó.
Algo lejos del punto de encuentro, Lovino y Feliciano observaban todo, bajo un árbol.
- Fratellino ¿cuándo irás a verlo?
El chico no respondió. La catarsis que experimentaba hacía que su conciencia le repitiera las mismas palabras que Francis le escupió aquel día.
- Cuando me perdone.
Al rato, observan al apurado Sr. Beilschmidt llegar con los demás; los ven rezando, siendo más demostrativos en cuanto a sus sentimientos; ven a la pareja mayor retirarse y es en ese instante que los italianos avanzan para acompañarlos a la salida.
- No llegaron. - Acotó el de lentes.
- Si lo hicieron. - Contradijo Vash.
- Pero no se acercan. - Gilbert sonrió.
Se conformaba conque llegara Feliciano a observar todo de lejos.
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